La cuestion del sujeto. Levi-Strauss en el Psicoanalisis

Marcelo N. Viñar, Montevideo [1]

…los hombres somos algo absolutamente transitorio en una secuencia de acontecimientos y desarrollos que nos superan…

Entrevista a Claude Levi – Stauss – Zona  – 1993

¿Dónde anclar un punto de partida para pensar un tema tan extenso y complejo? Tiempos modernos, la brevedad del tiempo que se nos asigna para exponer, brinda una coartada a la dificultad, pero impone el dilema de la frazada corta, la exigencia de elegir entre lo que se aborda y lo que se excluye.

Yo escojo mi juego: el de un anciano principiante.

El matrimonio del psicoanálisis con la antropología social no es sólo antiguo en el tiempo, (viene desde las fundaciones), sino lógica e intrínsecamente imprescindible –“hasta que la muerte los separe”, como dice la fórmula de Hollywood- porque ambos contrayentes provienen del mismo desasosiego: ¿quién soy?; ¿de dónde procedo?; ¿a dónde me dirijo? Preguntas que siempre pendulan entre la primer persona del singular y del plural, que abren un juego  autoteorizante, propio de la condición humana y propician una entrevista interminable cuya perpetuidad está asegurada por la complejidad inextricable del problema. De todos modos, como dice el Quijote: “Lo que importa es el camino, Sancho, no la morada”, o en términos de Maurice Blanchot: “La respuesta es la desgracia de la interrogación” Matrimonio indisoluble, entonces, porque son preguntas del mismo orden tratadas desde prácticas diferentes: en el psicoanálisis desde los pliegues de la intimidad del sujeto singular, en la antropología social desde las conductas colectivas y las organizaciones o instituciones de la cultura a que dan lugar. Y esta frontera o intervalo entre conjugar la primera persona del singular y la del plural, (entre el ser para sí y el vivir con los otros), no es sólo una continuidad o vecindad placentera, sino una frontera violenta y contradictoria, cuyas articulaciones son ricas en tensiones, problemas y desafíos, que obligan a pensar.

Hace 33 años (1974/75) Claude Lévi Strauss convocaba a dos figuras relevantes del psicoanálisis francés, André Green y Julia Kristeva, para un Diálogo Interdisciplinario en su Seminario sobre “La Identidad”[1]. Tema inseparable de la cuestión del sujeto. Me propongo explorar, a brocha gruesa y con “rústicas convicciones” (la expresión es del autor homenajeado), algunas analogías o similitudes y algunas diferencias, del cómo esta frontera (la cuestión del sujeto entre la antropología y el psicoanálisis) se planteaba entonces, y de cómo pueden concebirse en la actualidad. Al menos sugerir como yo las concibo, como testigo prisionero del tiempo en que me toca vivir, ya que una revisión bibliográfica exhaustiva excede el tiempo disponible y seguramente el de mi capacidad.

Parto de la definición elemental y justa de Kristeva, pág 249: “un sujeto es tal, desde el momento en que tiene conciencia de una significación”: ¿en qué se parece y en qué se distingue el sujeto del siglo XXI que nos consulta hoy, con aquel que fuimos tres décadas atrás? La pregunta es desmesurada, lo sé, pero, al decir de Faulkner, “la sabiduría es tener sueños lo bastante grandes como para no poder perderlos de vista mientras los perseguimos” 

La misma noción de interdisciplina tiene hoy otra resonancia que hace 33 años. El celo por preservar los límites del territorio propio, -de la especificidad del método y del objeto –de separar paradigmas coherentes para horadar los enigmas de lo real, fueron cruciales en la reflexión teórica de la modernidad. En el pensamiento débil de la actualidad ese etnocentrismo académico o elitismo tribal es menos tenaz, y con menos culpa y más libertad podemos, (sin vergüenza), romper potreros de capillas diferentes y abrevar de fuentes diferentes. Incluso el programa de este coloquio abona en esa dirección, (la destotalización del objeto, lo nombra Benoist).

Green, dialogaba con Levi-Strauss, apoyándose en una actitud sedentaria o parmenidea en la cuestión del sujeto, buscando las invariantes, al menos las cualidades estables. Lo hacían con la sagacidad del estructuralismo, ese “hilo invisible que impone un orden al conjunto y organiza el caos de la colección”… y que articulan “la unión intima de lo sensible con lo intelectual” (el espíritu y las cosas), (Benoist). Con ello se demarcaban de la observación funcional o empírica. Buscaban en la identidad aquello que resiste al cambio, (cito a Green en la pág. 28, Identidad es,“aquello ligado a la noción de permanencia, de puntos de referencia fijos, constantes, que escapan a los cambios que afectan al sujeto en el curso del tiempo” … “circunscribir la unidad o la cohesión totalizadora indispensable a la capacidad de distinción”…Aunque“la otra escena”,dice más adelante, “la del inconsciente destroza la idea de la unidad del yo y por consiguiente la noción misma de individuo, que no es un concepto en Freud”  Fijeza o descentramiento, hablan de dos sujetos contrastantes y complementarios.

Me siento más afín al razonamiento de Julia Kristeva, (que en vez de situar, como Green, la cuestión del sujeto en la unidad y cohesión totalizadora), postula un “sujeto en acto, es decir en movimiento, en devenir”. Ese “sujeto que se hace tal, al tomar conciencia de un sentido”, tiene “momentos de mutación, revolución o locura”, pág 250, “donde hay crisis del sentido”. Esta crisis, lejos de ser accidental, es constituyente de la función significante y construye cada vez un sujeto – individual o colectivo-, en un proceso o variación que es más relevante que la coherencia o la fijeza de la estructura… Este sujeto-soporte…“sólo se presta al cambio, es decir al paso de una ley a otra, de una estructura a otra, de un sentido a otro, mediante el postulado del acontecer en la historia” … “la economía significante del sujeto hablante, introduce un ‘yo’ opaco que hace la historia”. Hasta aquí Kristeva.

Esta renuncia a la posición esencialista de desentrañar lo real me parece decisiva. Lo que observamos y aprehendemos son –en el mejor de los casos- los algoritmos de una variación. La sagacidad consiste en apropiarse de la lógica del cambio y el hallazgo es axiomáticamente efímero y perimible. Más adelante Green despliega un preciosismo estructural sobre el Edipo, que doy por conocido y no voy a repetir, así como una fina exégesis de la oposición recíproca entre deseo e identificación (consecuencia del interjuego del Edipo positivo y negativo), que organizan la sexuación y la filiación. La lectura vale la pena, un texto donde el alejamiento,  mejora incluso su sabor.

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Es en este último punto – el de la filiación – donde el concurso simultáneo de la antropología levistraussiana y el descubrimiento freudiano del inconsciente, anudan un fuerte lazo y se enriquecen mutuamente. Refutan y superan las tesis de un biologismo reductivo (que prevalecía en la época), y la filiación humana se transforma en un asunto que se despliega mucho más allá de las consecuencias de la unión de un óvulo y un espermatozoide. La biología pierde el monopolio o la primacía en la definición de la naturaleza humana y la construcción cultural concomitante adquiere una relevancia inusitada hasta entonces, con los aportes del psicoanálisis y la antropología Levistraussiana. La condición o naturaleza humana requiere de una exigencia de construcción social o cultural para definir un lugar en la genealogía, en el difícil encuentro del “perverso polimorfo” (Freud) o del caos salvaje de lo íntimo (como lo llama nuestro historiador José Pedro Barrán), a las exigencias de la cultura: “Horror y prohibición del incesto”.

Es en este punto, (que marca el acta matrimonial del pensamiento freudiano con la antropología de Levi Strauss), donde me interesa detenerme o interrogarme; ¿cómo opera la noción de filiación o parentalidad en los comienzos del siglo XXI? Cómo organizar y conceptualizar hoy los datos empíricos de tasas de divorcialidad en aumento, de familias recompuestas, de hogares monoparentales, de procreación asistida, donde la noción de familia como célula básica de la sociedad tal como la estudió Claude Levi – Strauss[2], asiste a escenarios inéditos, que interpelan la conceptualización clásica y nos exigen interrogarnos a la intemperie de la tradición. Sin negar la herencia, pero tampoco aferrándose a ella como letra sagrada (podemos decir que  todo fundamentalismo es oscurantista), este me parece un tema central en la cuestión del sujeto, desde la antropología y el psicoanálisis de hoy, que la vida nos impone asumir, aceptando la interdisciplina para mitigar nuestra perplejidad y rechazando el mito de “insularidad de cada disciplina”, (Benoist). Aconsejaba Claude Levi – Strauss en ese seminario: “La exclusiva fatalidad, la única tara que puede afligir a un grupo humano e impedirle que realice plenamente su naturaleza, es estar solo”. Consigna que él aplicaba al pecado etnocentrista de las culturas primitivas y yo extrapolo atrevidamente a nuestras tribus académicas.

En la modernidad y hasta hace pocas décadas, ser hijo de: (en términos de linaje y leyes de parentesco y poseer una novela familiar como efecto del Edipo), fueron brújulas claras en la indagatoria de la singularidad de un sujeto, de sus memorias y sus ideales, de sus anhelos y sus proyectos. Hoy día, estos parámetros ¿siguen vigentes?, o ¿es menester buscar otras brújulas?

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Van pues algunos balbuceos acerca del sujeto de la actualidad, en contrapunto con las verdades consensuales del psicoanálisis y la antropología estructural de entonces, bien representadas por los autores que estamos citando, hace 33 años.

Me gustaría partir de una metáfora de Julia Kristeva, en un texto ulterior al citado. En un trabajo reciente, sugestivo desde su mismo título: “¿Para qué el Psicoanálisis en un tiempo de malestar que se autoignora?” Kristeva señala que las gentes o las mentes han seguido una evolución análoga a los edificios de la urbe: antes sugerían la amplitud de sus salas y espacios interiores, hoy sus fachadas reflejantes ocultan un interior opaco, enclaustrado, una lisa y hermética superficie de un adentro climatizado y confortable y un afuera donde pululan los pordioseros miserables de la sociedad. Entre ambos sólo hay contacto visual; pero no hay diálogo, ni deseo de intercambio. Pero en consecuencia, el miedo a los Atilas del margen pasa a ser parte constitutiva de nuestra subjetividad. 

Quizás en la historia siempre hubo incluidos y excluidos: el ciudadano en contraste con la mujer y el esclavo en la ciudad griega, la realeza y la chusma durante la monarquía. Tal vez por los efectos de nuestra herencia republicana, la nunca lograda igualdad y fraternidad, haya cambiado (parcialmente) nuestra sensibilidad ante este clivaje entre incluidos y excluidos. Comprender las causas y los efectos de estos clivajes me parece un desafío mayor en la cuestión del sujeto del siglo XXI.

Se puede oír lo que precede como un panfleto izquierdista, yo lo veo como un desafío histórico y epistemológico ineludible. Como dijimos, en la modernidad los paradigmas de cada disciplina apuntaban a crear territorios clausurados, a separar para comprender y mantener la coherencia de su método y objeto, hoy la frontera entre el espacio ciudadano y el filosófico desean tender puentes cada vez más perceptibles.

Desde nuestra herencia sesentista, el sujeto descentrado por los procesos inconscientes y creando su novela familiar y sus realidades y fantasmas de filiación, son un hallazgo inobjetable de nuestra reflexión. ¿Qué hace relieve hoy? Nuestros antecesores del siglo XX dieron ese paso, decisivo, que rompe la autarquía del sujeto aislado, del sujeto plenamente conciente de si y libre en sus determinaciones, al que aspiraba la pujanza iluminista de la Ilustración el sujeto hegeliano. En el siglo XX nos entregaron un sujeto escindido, descentrado de su conciencia pero sujetado a su filiación simbólica. El hallazgo de este sujeto escindido me parece deslumbrante, abriendo y ampliando la noria autogenerada por los conceptos de pulsión e identificación concebidos en la jaula cerrada de los procesos endopsíquicos. Ser “hijo de”, heredero de un linaje (de una cultura), formaba una arista esencial para el advenimiento de un sujeto. Y nótese que sigo hablando de esa frontera tensa entre ser para sí y ser con los otros, que es la bisagra que conjunta y que escinde los territorios de la antropología estructural y el psicoanálisis.

Con esta herencia puedo hoy resumir diciendo que son necesarios al menos tres generaciones para modelar la humanidad de un ser humano, que los ancestros y la descendencia son una dimensión esencial de los procesos de subjetivación.

Si mi construcción conceptual fuera correcta, – o al menos verosímil – ella vale – en los hechos – solo para una mitad de la humanidad, la de los incluidos; (incluidos en las leyes antropológicas de la filiación y los determinantes inconscientes del Edipo). Pero esto dista de ser así para todos los seres humanos. La actualidad nos revela o pone de relieve otra categoría de seres humanos: los hombres super numerarios, o superfluos, o descartables (de Arendt y Ogilvie), las Vidas Desperdiciadas de Z. Bauman. Para ellos las categorías habituales que conciben y piensan el psicoanálisis y la antropología social sobre la cuestión del sujeto deberían ser repensadas.

Los parias de la sociedad del siglo XXI (que al ser excluidos del circuito de producción material lo son también de la producción simbólica), están constreñidos a la Nuda Vida (Benjamín), vida desnuda, sin anhelo ni proyecto, salvo la urgencia de no morir de hambre ese día.

La cuestión del sujeto hoy y de la unidad o dispersión del concepto de humanidad o naturaleza humana, incluye como punto prioritario el profundo abismo y hostilidad entre incluidos y excluidos. Es conocido que W. Benjamín señalaba como mal de la modernidad “la desaparición de la comunidad de oyentes”, admitiendo que el reconocimiento y el espejo del prójimo es decisivo para conquistar la condición de ser humano, la personalización del semejante y la creación de núcleos de lealtades y pertenencias.

El progreso de la técnica tampoco es ajeno a los cambios que se producen en el campo de la subjetividad. Durante el siglo XX y tal vez a un ritmo o velocidad desconocido en la historia previa, los parámetros que ordenan nuestra vida y nuestra mente se modifican constantemente. Hasta entrado el siglo XX, el radio de acción de los movimientos para el común de la gente no se extendían más allá de la distancia que se podía recorrer caminando o cabalgando. A lo largo del siglo XX, la expansión exponencial de la urbe y la multiplicación y aceleración del transporte, a un ritmo sin parangón en la historia, modifica nuestras pautas y expectativas de existencia personal y colectiva. La expansión exponencial de la Techné y sus efectos en la subjetividad resultan un parámetro de importancia creciente. Los vínculos estables y duraderos de antaño se vuelven hoy fugaces y cambiantes en su sucesión inesperada. La permanencia de la gente en sus puestos de trabajo (Beck) se hace cada vez más breve de una década a la siguiente, la misma lógica en la vida conyugal. ¿Cómo pensar psicoanalíticamente estos datos de la sociología? Seguramente el tema es más complejo que lo abarcable con mi capacidad y tiempo disponible. Quiero apenas hacer mención del problema de la transmisión entre generaciones. Abrir la pregunta del: ¿Cómo este carácter fugaz, efímero y cambiante de los vínculos opera en la creación de redes o constelaciones identificatorias?

 Antaño había (o se buscaba) un punto de sintaxis entre la novela íntima y los ideales. Hoy esta alienación en el Otro mayúsculo, (gran Otro, un Otro del código), está en retroceso. Dany-Robert Dufour sostiene que lo propio del presente es un código fragmentado y disperso, y la difusión mediática y electrónica de esta dispersión adquiere dimensiones planetarias en tiempos breves. El corolario es refugiarse en un encierro individualista, desmoronando o destruyendo las estructuras colectivas de convivencia.

Atónitos y perplejos por los cambios y su velocidad, no es fácil sostener la mirada de observador crítico sin deslizar de inmediato a volverse admirativo o catastrofista. La desimplicación en el espacio político pone en crisis las democracias y el espíritu republicano. Antaño hablábamos de las utopías de espacios colectivos basado en ideales  y proyectos expresados en un programa político. En la mentalidad surgida de la televisión los líderes no son programáticos sino mediáticos. Si el votante de antaño era un militante y un creyente, el de hoy se resigna a decir “es lo que hay”. El ideal de la modernidad de construir un proyecto y un destino, tanto en lo individual como en lo colectivo, está pulverizado, y el futuro se percibe como desconocido y ominoso: la sociedad post petróleo y la escasez de alimentos cubren de negros nubarrones el horizonte de un futuro próximo. Frente a Irak ocupado y desangrándose por la llamada lucha antiterrorista, la tragedia genocida se vuelve espectáculo contando los porcentajes de aprobación de un candidato para resolver esta guerra.

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Por opción en los incluidos y por imposición en los excluidos, el tríptico del tiempo vivenciado, que anudaba un pasado de herencias y memorias con un futuro de anhelos y proyectos, está comprimido en un presente sobrecalentado que devora y borra el pasado y el futuro. Ninguna generación en la historia, sostiene Hobsbawn, estuvo tan poco preocupada como la actual por la herencia y la tradición. Y esto constituye un desafío insólito o inédito para nuestras disciplinas, que encontraban allí la marmita para sus indagaciones. ¿Cómo se construye el sujeto en la actualidad?, ¿de qué referentes se apropia para dar cuenta del si mismo y del nosotros?

En el mundo globalizado del presente, con la multiplicación y aceleración de los transportes y la instantaneidad de la comunicación, los mismos dolores y desafíos marcan al sujeto de otra manera. En millones de casos la identidad de un sujeto está decidida por la intolerancia y la persecución, los genocidios del siglo XX y del presente baten los records de horror, -el genocidio armenio de los turcos, el judío con los nazis, iniciaron la serie del siglo y el horror se prosigue tan campante, en Colombia, Bolivia, los Balcanes, Palestina, en Irak. Allí la identidad del sujeto queda instantáneamente decidida por la muerte o la huida, con el oprobio y el resentimiento residual que persistirá intacto y marcará nuestros destinos durante muchas generaciones. Los nómades forzosos del mundo contemporáneo, producto de la guerra o del hambre, crecen sin cesar según indican estadísticas abrumadoras. Más allá de la guerra, constituyen otro genocidio, frío y silencioso, pero no menos cruel que se consuma con los hombres superfluos que viven y mueren sin integrarse a un circuito de producción. Porque el trabajo, además de ser la fuente de sustento, configura la inscripción a un sistema de vínculos, lealtades y pertenencias, sin las cuales la humanidad de un sujeto se ve seriamente averiada.

Aún fuera de este circulo de horror, la cuestión del sujeto nos plantea hoy desafíos inéditos. Tenía(mos) la idea de que nuestra vida interior transcurría en la alternancia entre aconteceres voluptuosos o angustiosos, y tiempos de remanso en el que estas experiencias sedimentaban en nuestro espíritu, allí donde actuaba “el maravilloso pájaro del aburrimiento” (Benjamín). Hoy el acontecer es una vorágine y los sujetos somos consumidores o adictos de esa velocidad. No se sabe a dónde vamos, pero se trata de ir rápido. La saturación del acontecer – tiempo transitivo de la acción – devora el espacio del tiempo reflexivo de la asimilación.

Para aquellos cuyo linaje les habilita a un universo simbólico (el marco civilizatorio del hogar y la escuela; de un orden que se interioriza desde las identificaciones parentales y sus subrogados), tampoco son como antes. Con la revolución informática y la televisión, la frontera entre lo público y lo privado que antaño se podía trazar con cierta nitidez, hoy está subvertida. La televisión lleva a la intimidad hogareña lo más picante y escandaloso de la intimidad, el caos salvaje de lo íntimo se hace público a la par de que se trivializa. El quinto poder –mediático- es un referente público donde los intereses privados impregnan y compiten por el espacio referencial que antaño agenciaban la religión y el estado como instituciones hegemónicas y respetables, en todo caso emblemas claros a los que adherir o combatir.  En el derrumbe de la sociedad patriarcal (bienvenido sea), conviene pensar qué ponemos en el lugar del otro mayúsculo (espero que no sea ni Mc Donald y la Coca Cola).

En este mundo en mutación acelerado, ¿qué efectos o marcas de inscripción subjetiva adquiere ese vértigo o vorágine?

Es bueno dejar las preguntas abiertas, palpitando, y no precipitarse en pronósticos catastróficos ni milenaristas. Es imposible mirar el presente sin prejuicios etnocéntricos, pero tampoco ahorrarse de una mirada crítica y alerta a los cambios en curso del cual somos agentes y producto. Varios autores hablan de un presente sobrecalentado que devora la dimensión diacrónica del tríptico del tiempo interior vivenciado, en que los sesentistas anudábamos memorias con proyectos, anhelos que desplegaban un horizonte de futuro utópico, que hoy parece disolverse en predicciones lúgubres y amenazantes. En este baile estamos… ojalá podamos seguir danzando…

Quiero concluir con una anécdota ínfima que definió mi destino y el de mi familia, a modo de viñeta clínica que ilustre el desarrollo precedente.

Hace 40 años, yo había leído poco o nada de Levi Strauss. Era un joven médico y psicoanalista que adhería a una rigurosa y ortodoxa formación kleiniana. Londres era la meca y nosotros una obediente sucursal periférica. El nosotros grupal abarca y trasciende las opciones personales. Los maestros decidieron cambiar la trayectoria e importar cultura (psicoanalítica) francesa. Los primeros que vinieron a Montevideo fueron los Mannoni  (Maud y Octave) y Serge Leclaire. Yo asistía a sus conferencias tomando mate, y venía egresando de una dura experiencia de cárcel política. El segundo o tercer día, Serge Leclaire, conferenciando, extendió su mano pidiéndome un mate amargo, costumbre que prolongó durante sus largos y suculentos cursos de introducción al pensamiento francés – o lacaniano, en otros términos, al estructuralismo en psicoanálisis. Así se inició una relación de amistad, uno de cuyos hitos fue la propuesta de Leclaire de que yo hiciera un stage en Francia, con su ayuda y amparo. Pocas semanas después el riesgo de la cárcel política nos asediaba nuevamente y Leclaire se enteró por una colega que viajó a París. No era la época de las fáciles comunicaciones actuales, y recibimos un lacónico mensaje telegráfico: “Nuestros acuerdos de tal fecha siguen vigentes” Ese telegrama decidió nuestro destino – París – para un exilio que duró 14 años.

Si traigo esta confesión –un tanto íntima y quizás fuera de lugar- a un espacio académico, es porque leyendo a John Lechte –este evoca en “Las estructuras elementales del parentesco” la descripción que hace Levi Strauss de su observación en los restoranes populares del sur de Francia, -donde servir al vecino una copa de vino como la propia no es sólo una forma de convidar, sino un modo privilegiado de intercambio, de establecer contacto social y de inaugurar un vínculo humano. El gesto no debe leerse empíricamente como funcional, sino como acto de cultura, “acto social total”. Levi Strauss sostiene que esa observación fue precursora de un insight, que le permitió avanzar desde la antropología descriptiva a la estructural. Son esos instantes privilegiados y fugaces donde un gesto elemental entre dos sujetos singulares revela a la humanidad entera. Claro que se requiere el genio de Levi Strauss – como Newton viendo caer a la manzana – que un gesto cotidiano elemental e intrascendente, se vuelva una ruptura epistemológica y la antropología funcional o empírica trueque su dirección hacia la antropología estructural: los hechos no se explican por si mismos, sino al descubrirles el sentido que ocultan o revelan.


[1]          Levi – Strauss, C.; “La Identidad”, Seminario Interdisciplinario; Ediciones Petrel, 1981.
[2]          Ver “Idees”, Gallimard, 1978


[1] Centro Franco Argentino de Estudio Superiores (CFAES),  Universidad de Buenos Aires, La cuestion del sujeto. Levi-Strauss C. en el Psicoanalisis, 6-7 noviembre 2008, Revista del CFAES, no. 362/11.