La designación en termino de “minoría étnica” en casos de genocidio

Marion Brepohl, Universidad Federal del Paraná, Investigadora del CNPq

Mi campo de investigación es la influencia ejercida por la Liga Pangermana en el movimiento Nacional Socialista. Para este propósito, realizo un retorno, de al menos 40 años, desde la llegada del nazismo en Alemania. Buscando identificar las experiencias y sensibilidades que dieron forma a prácticas como el racismo, el internamiento en campos de concentración, el genocidio.

Entre estas, se encuentra un hecho que es objeto de mi estudio actual: el genocidio del pueblo herero (1904-1906). Genocidio consumado por las tropas alemanas del II Reich en la actual región de Namibia, lo cual fue precedido por el internamiento de los nativos en territorios de reservas y luego, en campos de concentración (primera vez que alemanes utilizan el término Konzentrationslager en este sentido).[1] Tal hecho, de parte del gobierno colonial, llevo al exterminio del 80% de aquella población y es conocido por los historiadores como el primer genocidio del siglo XX (BREPOHL, 2010). Siendo también el primer experimento para lo que se realizará, más tarde, en los campos de concentración nazis.

A pesar de reconocer la singularidad de este genocidio (como el de todos y cada uno de ellos), destaco especialmente el hecho de que podemos encontrar, en la historia de la violencia colonial, procesos semejantes a éstos. Me refiero aquí al menos a otras dos regiones que están vinculadas con acciones y discursos de la Liga Pangermana: la región en entorno de la ciudad de Blumenau, en Brasil y en Argentina las regiones de Patagonia, El Chaco y Misiones; donde fueron aniquilados, respectivamente, el pueblo Laklanõ-Xokleng y el pueblo Mapuche.

Estas tres regiones fueron ocupadas por inmigrantes de origen germánico después de la retirada de sus nativos (Rambo, 2003). Se trataba de una población blanca que aceptaba trasladarse para América o para África con el objetivo de inaugurar una utopía diferente de la que hasta el momento proyectaba. No venían en busca de metales preciosos, de enriquecimiento rápido y un posterior regreso a Europa; venían para instalar emprendimientos agrícolas y establecerse de manera definitiva. Tal población era compuesta, en su mayoría, por campesinos pobres, atraídos por la propaganda a favor de habitar efectivamente el territorio, con el apoyo del gobierno al que pertenecían y del gobierno de la región de destino.

Esta fue una de las tantas prácticas de la Liga Pangermana. De las regiones de África que se tornaron colonias alemanas, Namibia fue la que recibió más inmigrantes germánicos. En este período, se defendía la ideología del Lebensraum (espacio vital). Lejos de ser una doctrina circunscripta a Austria e a Alemania, Lebensraum significaba expansión territorial por medio de apropiación de otras regiones del planeta (imperialismo directo) y estabelecimiento de zonas de influencia económica (imperialismo indirecto, como fue el caso de algunas regiones de América Latina). Así, con una u otra estrategia, se preveía el establecimiento de colonos que deberían mantenerse fieles a los intereses económicos y políticos de la patria de origen (Mutterland). Colonos que, procedentes del medio rural y expulsados de sus territorios por la concentración de tierras, traían consigo la ambición de tornarse Señores de la tierra (Herrenvolk); conforme la imagen que tenían de sus opresores (los Junkers). En América Latina, Oceanía y África, Lebensraum casi siempre fue traducido por Todesraum (espacio de muerte) (Brepohl, 2015). Poblar, en este caso, implicaba despoblar, recurso que será reeditado por los nazis en relación al Este europeo.[2]

Existe otro denominador común relativo a tales regiones: las masacres, cuando mencionadas, son designadas como una violencia contra determinada « minoría étnica »; expresión ésta que sugiere al menos tres desdoblamientos. El primero es el hecho de que esta población, desde sus orígenes, es una minoría; el segundo, que los miembros de tales grupos se autocomprendían a partir del criterio eurocéntrico « etnia »; y el tercero, con repercusiones inclusive en la actualidad, de que tales grupos no pertenecen a la Historia Nacional. Entonces, no pocas veces, son objeto de estigmatizaciones que oscilan entre la criminalización y la victimización, incluyendo allí el Derecho Humanitario. Incorporando raramente en esta serie el derecho a la reparación.

Esta es la discusión que pretendo realizar. Dado que en muchos casos, la designación minoría étnica oculta o atenúa el crimen de genocidio y sus implicaciones para la población que fue víctima de éste; en esta comunicación, intentaré centralizarme en el caso de Namibia. Por ser éste, un país que narra una experiencia bastante singular para los estudios relativos a la memoria del genocidio: el silencio, el rechazo, el activismo y la búsqueda por reparación.

De la etnia a la nación

El imperialismo alemán en África es poco conocido, debido a su breve período de existencia (1884-1917) y a su irrelevancia para el desarrollo de la economía alemana. Sin embargo, fue allí que se realizaron experiencias científicas orientadas por la eugenesia; que se elaboró una doctrina para la formación de un Estado racial; y que se construyeron campos de concentración de trabajo esclavo y de exterminio, experiencias que serán reeditadas, en parte, por la Alemania nacionalsocialista.

En Namibia, estos colonos blancos, aunque pocos (representando hoy el 5% de la población), constituyen la elite social y económica. La independencia del país y la composición de un gobierno que incluía personas de color, en 1990, no produjeron la superación de la desigualdad. Según datos del 2005, el segmento blanco, aunque minoritario, poseía más del 50% de las tierras cultivables.[3]

Compite con tal desigualdad el hecho de que Namibia, a partir de 1920, quedó bajo el mandato de África del Sur, imponiendo sus leyes e inclusive, a partir de 1948, el apartheid. Y a pesar del apartheid haber concluido, la desigualdad social todavía divide al país entre personas de color (las más pobres) y blancos.[4]

Las luchas por la independencia fueron emprendidas por la SWAPO (South Africa People’s Organization), cuyos líderes, de tendencia panafricanista, asumieron el gobierno después de la emancipación. Debido a esta coyuntura, es comprensible que la superación del pasado reciente – del fin del apartheid – fuese el acontecimiento más celebrado. Además, el presidente Sam Nujoma (con mandato de 1990 a 2005) pertenecía a la etnia mayoritaria, la Ovambo, que representa al 50% de la población original y fue entre ellos que Nujoma inició su militancia de tendencia marxista. Por este y otros motivos, rechazó la política de identidad pautada en diferencias “étnicas”, según su propio discurso. La religión mayoritaria es la cristiana (casi el 90% de la población), aunque existen divisiones internas directamente asociadas a filiaciones políticas y concepciones teológicas de tendencia quietista o inconformista.

A pesar de la memoria de las luchas por la independencia de África del Sur alcanzar la hegemonía, fue a partir del año 2000 que una serie de acontecimientos se tornaron responsables por el rescate del período colonial, entre ellos y más importante, la memoria del genocidio del pueblo herero (1904-1906). Los protagonistas de esta iniciativa fueron los descendientes del pueblo herero, que representan el 7% de la población, sin siquiera contar con un apoyo oficial significativo. Las alegaciones realizadas se vinculaban a la política de aproximación con Alemania, con implicaciones muy pragmáticas. Desde su independencia, el gobierno namibiano paso a recibir un significativo apoyo financiero de Alemania, así como de ONGs y del poder público. Resaltando que Namibia es un centro turístico para los alemanes, que cuenta con hoteles y demás servicios en idioma alemán, incrementando de esta manera las ganancias del país.

Quisiera citar otros factores como, por ejemplo, uno de los lugares de memoria del genocidio que se sitúa en Okahandjia, celebrado como el habitat de los ancestrales, por lo tanto, considerado un territorio sagrado. No obstante, allí también se localiza una zona turística que, por razones económicas, no respeta los rituales en favor del comercio de artesanías.

La reivindicación por reconocimiento y reparación se centra en el acontecimiento del genocidio como un hecho político imperialista, por lo tanto, transnacional. Si bien, la identidad cultural herera es indisociable de tal acontecimiento, pues recuerda la condición de pueblo libre, cuando éste se concebía como una nación con identidad lingüística, religiosa y cultural propia. Dicho modo de festejo es mucho más visto como representativo de la historia de una etnia, que como trauma nacional.

Se suma a esto el significado de tal acontecimiento para Alemania: serían dos genocidios prácticamente consecutivos, lo cual afectaría fuertemente la autoimagen del país, en especial, en lo que se refiere a las narrativas sobre la República de Weimar, evaluada como un período democrático y de avances de políticas progresistas y democráticas. Implicaría también en indemnizaciones y determinación de responsabilidad. [5]

Además de estos conflictos de intereses, existe el hecho de Namíbia estar compuesta por diversos grupos sociales que se conciben, desde del colonialismo, como etnias. Por un lado, los de origen nativo, entre ellos, los namas, ovambo, herero, sam y tswana, y por el otro, los de origen europeo, descendientes de ingleses, alemanes y sudafricanos. Existe, según Silvio Correa, más allá de la memoria oficial, con orientación panafricanista, al menos otras tres memorias que entran en disputa: la de los descendientes de europeos que, generalmente, niegan el genocidio y tratan la cuestión como una guerra de la cual ellos saldrían victoriosos y cuya celebración es a la memoria de los soldados; la memoria de los namas, que lucharon en la misma batalla y también fueron masacrados, pero que no se organizaron, hasta hoy, como objeto de crimen de genocidio; y, finalmente, la memoria de los hereros, como ya fue comentado. Tales memorias no pueden ser sumadas, puesto que atribuyen significados diferentes al pasado y en ocasiones muy conflictivos.

De acuerdo con Silvio Correa:

En algunos momentos o en algunos lugares, las minorías étnicas enfrentan ciertas dificultades para realizar sus conmemoraciones u otras formas de culto a la memoria colectiva. El culto a la memoria de una minoría étnica puede provocar sanciones de los demás grupos minoritarios o del /de los grupo/s mayoritario/s, principalmente cuando esos grupos también compartieron la misma experiencia, u otra, similar. (2013, p. 92). ]

Estos hechos ilustran las dificultades en el tratamiento político y académico de las memorias subterráneas; apuntan inclusive para la ambivalencia del concepto de etnia. Para los hereros, tal identidad no existía, el término herero significaba tan solo “antiguos”, sin juicio de valor y mucho menos designando un hábitat establecido. Curiosamente, la segunda y tercera generación asocia el nombre herero a “guerrero”, pero no a etnia. Mientras que de acuerdo a la proyección europea, son una etnia definida como un grupo con territorio, rasgos fenotípicos e idioma bien delimitados.

Según la mayoría de los germano-namibianos, se trató de una guerra en la cual los nativos fueron vencidos, por lo tanto, no cabría la conclusión de tratarse de un crimen de genocidio. Sin embargo, la declaración del comandante de la tropa, en aquel entonces, fue explícitamente dirigida en el sentido de exterminio.

Estas fueron las palabras del General Lothar von Trotha

Yo, el gran general de los soldados alemanes, envío esta carta al pueblo herero; ustedes no son más súbditos de Alemania; mataron y robaron, mutilaron orejas y narices de soldados y cortaron otras partes del cuerpo, y quieren ahora por cobardía desistir de luchar. Yo les digo: aquel que entregue en mi puesto a uno de sus capitanes como prisionero, recibirá mil marcos, y aquel que traiga a Samuel Maharero, recibirá 5 mil marcos. El pueblo herero debe ahora abandonar esta tierra. A los que no lo hagan, los obligaré por la fuerza. Todo herero que se encuentre dentro del territorio alemán, armado o desarmado, con o sin ganado será fusilado. No se permitirá que permanezcan en el territorio mujeres o niños, y se les expulsará para que se unan a su pueblo o serán pasado por las armas. (…)[6].

Además de esta orden, mencionemos una vez más, los campos de concentración y el trabajo esclavo. No obstante, lo que prevaleció hasta hace poco tiempo fue la memoria del colonizador. Ponderándose la capacidad de conquista y de emprendimiento del europeo, encubriendo cualquier hecho y cultura del nativo. Los pocos lugares de memoria, existentes hasta el siglo XXI, eran denominados etnográficos, tendenciosamente; especialmente cuando alusivos a la población blanca, como eventos formadores de la nación.

En el año 2004, a partir de la conmemoración del centenario del genocidio, 5 años después de la independencia, este cuadro empezó a alterarse, recayendo exactamente sobre las políticas de memoria. Ilustro tales cambios con hechos recientes relativos al patrimonio histórico de la ciudad de Windoeck, capital de Namibia. Hasta el año 2013, en el centro de la ciudad, casi en frente al templo de la Catedral Luterana, se erigió el monumento al “colono alemán” (Reiterdenkmal), construido en 1912. Figura que, montada sobre un caballo, llevaba vestuarios de soldado; indumentaria que no representaba la realidad de los campesinos que allí se instalaron. Para la conmemoración del centenario, este monumento fue retirado y transferido para el Museo Alte Feste (Museo Nacional de Namibia), cuya edificación fuera una fortaleza de tropas coloniales alemanas. En su lugar, fue construido el Memorial de la Independencia, tornándose éste el principal atractivo turístico de la ciudad. Compuesto por el Museo de la Independencia (un edificio portentoso y moderno de tres pisos que narra la historia reciente del joven país, dando énfasis a la emancipación). Junto a tal edificación encontramos la estatua de Sam Nujoma, primer presidente de Namibia (ocupando exactamente el lugar del antiguo monumento al colono); y el monumento al genocidio. Esta estatua no hace mención apenas a un pueblo, sino que sugiere todas las luchas de resistencia: en ella se encuentran representados un hombre y una mujer de brazos enlazados con cadenas rotas en sus manos y, en su frente, un panel ilustrando los pueblos nativos ahorcados por soldados alemanes durante el genocidio. La frase « Their Blood waters our Freedom » (Su Sangre riega nuestra Libertad) se encuentra escrita en el monumento, recordándonos el sacrificio de todas las víctimas del genocidio y de todos las naciones que lucharon por la independencia de Namibia.

A su vez, en la litoránea y turística ciudad de Swakopmund, a inícios del 2017, activistas mancharon con tinta roja el monumento a la marina; que recuerda un enfrentamiento entre los nativos y las tropas alemanas de 1907; en éste, se puede ver la representación de un soldado con un rifle en la mano y otro, caído a su lado.

Para el concejal y anciano de Swakopmund Uahimisa Kaapehi, la búsqueda por reparación debe continuar, pues éste reconocimiento no servirá apenas como un poderoso precedente para otros países africanos que sufrieron bajo el dominio colonial, sino también significará que “a pesar de que estos países superpoderosos se encuentren atacando Libia, Irak, Afganistán. . . . . [they will know that] these people, even after one hundred years, will also stand up [and demonstrate] that what you did, was not according to the law.” This presumably is just the kind of precedent that Germany and other major powers including the United States seek to avoid. [ellos sabrán] que esas personas, aún después de cien años, también se levantarán [y demostrarán] que lo que hicieron, no estaba dentro de la ley. ”[7]

Sin duda, estos son ejemplos de cambios significativos de una política de memoria que se pretende cosmopolita, una meta-memoria. De este modo, aunque el genocidio no haya sido reconocido por el gobierno alemán, se pone en evidencia la fuerza y la fragilidad de las memorias subterráneas y rebeldes.

A propósito de esta fragilidad, remarcamos las consideraciones de la estudiosa Gayatri Spivak (2010), sobre la condición pos-colonial. Al intitular uno de sus textos ¿Puede el subalterno hablar? empleando el verbo modal inglés “can”, la autora sugiere al lector algunas indagaciones: ¿El subalterno sabe hablar? ¿Es permitido que hable? E inclusive, ¿existe la posibilidad de ser oído? ¿Tiene él ese interés? ¿Consigue comunicarse? ¿En cuál idioma debe hablar? Son éstas, evocaciones que nos colocan el desafío de pensar que la resistencia a la subalternidad implica que no se hable por él, en representación del subalterno, sino que se críen situaciones para que él pueda ser oído a partir de su propio lenguaje. No obstante, como evalúa Judith Butler (2010), los subalternos se insieren en el contexto en que las vidas son señaladas como precarias, no de todo valiosas, pues son oriundas del “afuera” del mundo consagrado como Occidental.

Las vidas se dividen en las que representan a ciertos tipos de Estados y las que representan una amenaza a la democracia liberal centrada en el Estado, de manera que la guerra puede hacerse entonces con total tranquilidad moral en nombre de algunas vidas, al tiempo que se puede defender también con total tranquilidad moral la destrucción de otras vidas (p. 84).

Aquellos que están fuera, por lo tanto, estigmatizados como pre-modernos, incivilizados, fanáticos religiosos o simplemente inferiores, no son dignos de ser llorados, al menos no como los que están “dentro”.

Vidas que no necesitan ser lloradas, que no tienen voz, que no necesitan ser oídas, pero también vidas que no dejan de ser recordadas. Su recuerdo no alcanza el estatuto de memoria social y aparecen como accidentes de una historia más amplia, la “Historia Mundial”, de la cual hacen parte apenas como minoría u excepción.

Namibia es un caso que merece ser destacado, si bien, no como un capítulo de la historia regional, sino como un campo de disputa entre memorias oficiales y memorias subalternas. Como nos recuerda Pollak, paso a paso, los activistas reivindican su pasado, a medida que

(…) prosiguen su trabajo de subversión en el silencio, de manera casi imperceptible, y afloran en momentos de crisis con sobresaltos bruscos y exacerbados. La memoria entra en disputa. (…) Los objetos de investigación son elegidos de preferencia donde existe conflicto y competición entre memorias rivales (Pollak, 1989, p. 3).

La subversión de las memorias provoca, por lo tanto, un movimiento intelectual, cultural y político. En muchos casos, coopera contra la invisibilidad de grupos subalternos, revelando su derecho a la memoria; y a veces, los transforma en memoria de una minoría étnica, contribuyendo para tornarla minoría. Y esto porque, conforme Mamdani (1998), la raza define al blanco, en un sistema binario, siempre diferente y superior al no blanco; en cambio la etnia define a los demás, separándolos en diversos grupos. Conforme este autor, el dualismo racial se hace acompañar por el pluralismo étnico, de donde son seleccionados los que son considerados potencialmente más colonizables en su subjetividad, los más próximos al sistema de dominación. Y, cuando tal pluralismo es adoptado por los colonizados, la máxima “divide et impera” pasa a valer también entre los nativos, como ocurrió en Ruanda (MAMDANI, 1995). No obstante, las memorias pueden superar al universo local y a la mentalidad colonialista, como parece estar ocurriendo en Namibia, y tal vez desencadenar otras reivindicaciones en países y regiones con un pasado colonial semejante al de éste país. En este caso, la política de memoria sugeriría un nuevo comienzo.

Referencias Bibliográficas

BREPOHL DE MAGALHÃES, M. Homens e mulheres falando em genocídio; a experiência imperialista alemã. História: questões e debates. Curitiba, n. 52, p. 149-175. Jan/jun 2010. Editora da UFPR.

BREPOHL, M. Sur l ´emprise du Droit colonial. In: ENRIQUEZ, Eugène. L ´arrogance; un mode de domination néo-libéral. Paris: Editions In Press, 2015.

BUTLER, Judith. Marcos de Guerra; las vidas lloradas. Buenos Aires, Paidós, 2010.

CHALK, Frank & JONASSOHN, Kurt. Historia y sociología del genocidio.  Buenos Aires: Prometeo Libros, 2010.

CORREA, Silvio. História, memória e comemorações. Revista Brasileira de História. Vol. 1. N. 61. Associação Nacional de História, 2013. P. 92

MAMDANI, M. When victms become killers; colonialismo, nativs and the genocide in Rwanda. Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 1995.

MAMDANI, M. Ciudadano  y súbdito y el legado del colonialismo tardio. Madri: Siglo Veinteuno, 1998.

OLUSOGA & ERICHSEN, The Kaiser´s hoplocaust; Germany´s forgotten genocide and the colonial roots of nazism. London: Faber and Faber, 1988

POLLAK, M. Memória, esquecimento, silêncio. Estudos históricos. Rio de Janeiro, vol. 2. n. l, 1989, p. 3.

SMITH, Woodruff. The ideological origins of nazi imperialism.  New York/Oxford: Oxford University Press, 1986.


[1] Los objetivos de este artículo no nos permiten describir, en detalle, semejanzas y diferencias entre los campos de concentración de Namibia y los de Europa. Es importante destacar, no obstante, que los hereros libraron una guerra contra las tropas alemanas, lo cual no fue uno de los principales objetivos de la persecución nazi, a pesar de que muchos de ellos eran, inclusive, ciudadanos alemanes. Sin embargo, el uso del cuerpo de los prisioneros para experiencias científicas así como su utilización como mano de obra esclava, además del exterminio, nos da muestras de que, en ambos casos, la variable ‘raza’ fue decisiva para la deshumanización de aquellos individuos. A respecto de esto, consultar en: OLUSOGA & ERICHSEN, 1988.

[2] Hitler planeaba convertir al Este europeo, según él, ocupado por la “raza eslava”, en una colonia alemana, con moldes semejantes a las colonias inglesas de África y de Asia. (SMITH, 1986).

[3] En 2006, el presidente Hifkepunye Pohomba inició una tímida reforma agraria, realizando una redistribución de tierras destinada a 250 mil labradores negros (para una población de 2.459 millones de habitantes, siendo 61% del área rural) lo cual mantuvo la grave situación de concentración de la riqueza, debido al desempleo y a la concentración de desempleados en zonas urbanas.

[4] Aunque el PIB de Namibia sea 5 veces mayor al de otros países pobres de África, el índice de Gini indica una de las mayores concentraciones de renda del mundo (0,70 en 2013).

[5] El proceso de reconocimiento aún se encuentra en tramitación judicial, puesto que los descendientes de las víctimas exigen recuperación formal del gobierno alemán. A respecto de esto, consultar en: Alemanha enfrenta batalha legal por crimes coloniais. In: https://www.dw.com/pt-br/alemanha-enfrenta-batalha-legal-por-crimes-coloniais/a-42292850

[6] General Lothar von Trotha. Al comando de las tropas de ocupación, 2/10/1904.  WWW.deutsche-schutzgebiete.de/von_trotha.html

[7] Namibia’s Monuments to Genocide https://www.dissentmagazine.org/blog/namibia-genocide-monuments-reparations-germany